Por Gustavo Cano
En la actualidad México cuenta con tres más uno Estados. El
primero es el Estado mexicano tal cual, con un contrato social que más o menos
funciona entre la sociedad y el gobierno, ambos asentados en un territorio más
o menos soberano. En teoría, este Estado mexicano cuenta con el monopolio y el
derecho al uso legítimo de la violencia para darse a entender. Pero lo que aquí llama la atención es que mientras otros Estados-nación pueden llegar a incluir varias naciones en los límites territoriales del Estado, México en realidad es una nación con varios Estados en dichos límites.
Y poco a poco surge la reflexión sobre el segundo Estado:
las leyes del narco. Primero que nada vale la pena aclarar que cuando uno se
refiere al narco, no se hace referencia a un grupo único de malosos que lo único
que hacen todo el día es pensar cómo llevar a cabo sus fechorías y molestar a
los buenos de la película. Para nada, eso sólo sucede en la mente de Calderón. En realidad hay seis grupos serios de
narcotraficantes que controlan diferentes regiones del país e imponen su ley de una u otra forma.
¿Cómo impone su ley el segundo Estado? Generalmente el
segundo Estado depende del primer Estado para darse a entender. En cuanto
llegan los narcotraficantes a una ciudad o región del país, la manera más
recurrida para imponer su orden es darles plomo o plata a las autoridades
locales, ya sea bajo la forma de cooptación o amedrentamiento de las policías
estatales o municipales, o bien de las federales encargadas de la plaza, lo
cual incluye a la policía federal y al ejército. Una vez controladas las
autoridades, los narcotraficantes imponen su ley a todo lo ancho y largo del
territorio conquistado. Cuando narcos rivales intentan arrebatarles la plaza a
los dueños originales, las autoridades son los primeros en hacerles frente. Es
un sistema muy interesante: las autoridades, trabajando para los dueños de la
plaza, cumplen con su deber combatiendo a otros narcotraficantes que les
quieren arrebatar la plaza. Eso cuenta como misión cumplida. Obviamente, esto
no se aplica a todas las autoridades del país, nomás a algunas, pues.
Cuando la población capta que al acudir al primer Estado para
que les resuelva sus problemas, éstos no sólo no se resuelven, sino que a veces
se complican más. Entonces la población decide romper el contrato social con el
gobierno. Esto significa que la población hará justicia por su propia mano y
bajo sus propios criterios. Lo que sigue es no pagar impuestos, ya sea al
primer Estado o al segundo o a ambos. Esto de una u otra manera ya está
pasando, en mayor o menor grado, en Michoacán, Guerrero, Oaxaca y el Estado de
México. Es aquí donde surge el tercer Estado: La población le arrebata el
monopolio y uso legítimo de la violencia al primer Estado para defenderse de
los problemas generados por el primer y segundo Estados.
El surgimiento del tercer Estado es el preludio del colapso
del primer Estado, más no del segundo. Bajo un escenario pesimista, el tercer
Estado, en el corto plazo, “se independiza” del segundo Estado e inicia una
travesía propia llena de incertidumbre rumbo a la consolidación de mecanismos
de subsistencia. En realidad, es poco probable que el tercer Estado sobreviva a
ataques violentos del primer y/o segundo Estados. Generalmente el tercer Estado
es cooptado por el segundo estado de manera directa o con piel de primer
Estado. Ése fue el primer paso que se dio en Colombia ante la formación y
proliferación de los grupos paramilitares en distintas regiones del país.
Aunque la comparación no es del todo pareja: en Colombia se contaba con una
guerrilla fuerte y bien organizada, además de que los propietarios de tierras
en aquel hermoso país tuvieron la iniciativa de formar patrullas de auto
defensa para proteger sus intereses. Al final de cuentas, el tercer Estado
acaba trabajando para el segundo Estado.
Existe otro flanco de derrumbe del primer Estado: la
soberanía nacional. Al entregar México sus servicios de inteligencia a los
Estados Unidos durante el sexenio de Calderón, se da el primer paso para que la
etiqueta de “país soberano” quede tan sólo en eso, una etiqueta, sin validez
oficial o efectos reales. Actualmente, el narco mexicano gasta alrededor de dos
millones de dólares diarios en ciber inteligencia, principalmente para penetrar
a su peor enemigo: la inteligencia estadounidense y algunas secciones de la
poca inteligencia mexicana que todavía funciona. Aunque esto es relativo, ya
que la inteligencia estadounidense ha penetrado de manera más o menos
significativa a varios cárteles y sus resultados salen a flote más o menos de
manera periódica y sin empacho: ¿dónde quedó el cadáver del Z-40, por ejemplo?
Los Estados Unidos surge como el cuarto Estado mexicano,
sobre todo si analizamos la cuestión desde el punto de vista de la soberanía. Ante
este terrible escenario de tantos Estados en una misma nación, quedan al aire
las preguntas: ¿Qué carajos se puede hacer a este respecto? ¿Cómo le hacemos los
mexicanos para regresar al maravilloso concepto de Estado-Nación? (Un solo
Estado, se entiende.)
Mientras el cuarto Estado siga haciendo operaciones
encubiertas y no tan encubiertas en nuestro país, además de que su población
siga siendo el mayor mercado de consumo de drogas, y mientras el segundo Estado siga recibiendo flujos
impresionantes de dólares y armas; pues los Estados uno y tres, en realidad son
simbólicos y se ven más bien como enfermos en etapa terminal (el primer Estado)
o gritos desesperados a punto de ser callados con plata o plomo (el tercer
Estado).
¡Órale!
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