miércoles, 12 de octubre de 2011

Las hijas de la tiznada


Rebeca Taboada G.
Universidad de Monterrey
Licenciatura en Estudios Internacionales

‘La manera más sencilla de perder poder es convenciéndose de que no se tiene’ Alice Walker

Por ahí me tocó escuchar el resonado tema de ‘la despenalización del aborto’ seguido se una serie de argumentos que oscilaban desde la religión, la biología, la política, el machismo, hasta la mera ignorancia. Muchas de las opiniones giran en torno a la causalidad y, de los argumentos aprobatorios para tal acto, los más comúnmente aceptados son los  el del caso de violación o la incapacidad fisiológica o económica de sobrellevar un embarazo. La aceptación de un aborto depende de la consideración de fuerzas excedentes a la mujer misma y aún así es común que se le obligue a llevar el embarazo a cabo o se le condene severamente por terminarlo. A veces esa condena se traduce en encarcelación y esto, casualmente, no se considera violencia. El meollo del asunto se convierte en una cuestión que gira alrededor de la función biológica exclusiva de la mujer y las fuerzas del sistema que ingieren en su posición dentro de la sociedad mexicana.

El debate respecto del aborto es a final de cuentas el síntoma máximo de la falta de reconocimiento total de la dignidad de la mujer y sus facultades. La medida en la que las técnicas y espacios de socialización ayuden a reconocer a la mujer en toda la extensión de sus atribuciones (físicas, intelectuales, potenciales) es la medida en la que se aliviarán las problemáticas de violencia, discriminación, derechos reproductivos, y consecuentemente de desarrollo económico, salud pública, democratización, etc.

La figura femenina se ha ido liberando en nuestro país, pero en la mayoría de los casos es probable que ésta se vea sometida un sistema que la identifica de manera determinada. Su importancia se ha colocado inicialmente en la continuidad de la raza humana por obvias razones. Esta particular condición fisiológica la ha remitido a una esfera de reclusión en la que su tarea es la atención de su producto y el asegurarse de que éste le sea de utilidad a la sociedad. Las actividades económicas comunes para la mayoría de las mujeres son las del cuidado o atención (educadoras, niñeras, enfermeras, cocineras, secretarias, etc.), especialmente en los estratos populares. En esta idiosincrasia mexicana el papel de la mujer se limita en mayor o menor medida a su condición biológica, la de dar vida a tal grado que la madre se convierte central en la vida del(a) mexican@; mientras que el ‘chinga tu madre’ es una expresa invitación a violentar (‘xingar’) el origen de uno mismo (‘madre’), el concepto de madre en México representa no sólo el origen sino la virtud, la bondad, el estoicismo y el concepto en sí se ha mistificado al punto de hacerla una deidad: la Virgen de Guadalupe, la madre de todos los mexicanos y símbolo peponderante de la Iglesia Católica en México.

La arraigada presencia del catolicismo en la evolución histórica mexicana influye en gran medida la visualización de la femineidad como algo pecaminoso. La simbología femenina de catolicismo sugiere que la mujer es objeto del deseo y, por consiguiente, ocasión de pecado; el caso de Eva en el Génesis coloca  el precedente de la mujer como lo que induce al error, la culpable de que todas las mujeres tuvieran que pagar con sangre y dolor el atrevimiento a dudar de Dios, es Eva la responsable del pecado original y el que la felicidad se le haya restringido al ser humano. Por otro lado, la Virgen María se presenta como la idealización de la mujer para Iglesia Católica: es sumisa, es obediente y somete las decisiones sobre su cuerpo a una fuerza superior sin oponer resistencia para servicio de la humanidad entera y, encima de ello, se mantiene casta por el resto se su vida.  Los valores que defiende la Iglesia Católica se centran en la sumisión, el estoicismo, la obediencia, la pureza, la prudencia, etc. La Iglesia misma segrega a la mujer de la impartición de los sacramentos, la representación de Jesucristo en los ritos y la abstiene de los procesos de toma de decisiones dentro de la institución. Esto impacta la posición de la mujer dentro de la sociedad mexicana ya que la Iglesia es un espacio de socialización y la religión está profundamente infiltrada en la educación.

A final de cuentas, antes que educar para no incurrir en agresiones contra la mujer, nos topamos con que la educación se centra en educar a la mujer a no ser agredida. Los espacios de socialización en general sugieren que la mujer es más vulnerable a ataques y muchos de ellos se avocan a tratar de protegerla y, por consiguiente, crearle la necesidad de tal protección. Por una lado, la educación sexual se retrasa lo más posible y es una herramienta que no se ha sabido aprovechar del todo en el espacio familiar ni en el escolar. La cultura familiar se concentra en la protección de las hijas, los varones de la familia asumen la responsabilidad de mantener a las féminas a distancia con la potencial amenaza de otro hombre o incluso evaluar al mismo antes que permitirle acercarse. En las escuelas se observa que las mujeres deben de seguir un código de vestimenta que cubra lo mejor posible cualquier atributo que pudiese evidenciar sensualidad. Por otra parte, la educación incluye una separación de espacios y actividades, en donde las mujeres juegan a las muñecas, a planchar, a cocinar, todo dentro de casa mientras que los niños se definen a partir de actividades que fomentan muchas veces la violencia  como las pistolitas o ciertos videojuegos. La educación de los niños y niñas en México desde temprana edad promueven esta mentalidad de manera que, al momento de llegar a la esfera laboral, los prejuicios están lo suficientemente arraigados como para detener a la mujer para ejercer a la par que el hombre: las remuneraciones son menores, los puestos más altos son poco probables y muchas veces la sola contratación se ve minada por la posibilidad del embarazo, el cual es poco rentable.

Por otra parte, l@s mexican@s se ven constantemente bombardeados por los medios con imágenes que apoyan la visión sexual de la mujer y la enseñan a ella a concebir su importancia en el físico y que cualquier cosa que haga para ofender al sistema, como lo sería el aborto, es incorrecto y la hace no sólo una pecadora (bajo la lógica católica) sino un pasivo social. Lo preocupante de este aspecto es que son los medios la mayor fuente de información para l@s mexican@s. Los medios de información son el mensaje y el mensajero de manera que no sólo se encargan de vender aquello que le gusta al pueblo, sino de mantenerlo en ese letargo al punto de reproducir el ciclo de violencia. Una respuesta a este fenómeno fue la Marcha de las Putas y su invitación a rebelarse en contra la violencia sexual.

Mucho de lo anterior es para muchos (especialmente aquellos que tienen acceso a medios de comunicación electrónicos como este) desacertado, más de la mitad de las mexicanas sobrellevan día con día una realidad en la que no son reconocidas en la totalidad de su dignidad y sus facultades son denigradas. Es necesario ponderar los valores con respecto a la mujer si de verdad esperamos, primero, lograr una democracia en toda la extensión de la palabra; segundo, lograr el desarrollo económico del país; tercero, cesar la violencia contra la mujer y, por fin, atacar el trillado tema del aborto de manera inteligente.

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