Alejandra Muñoz Cravioto
Comunicaciónes
UDLAP
Con las elecciones presidenciales cada vez más cerca y con la gran incertidumbre de qué sucederá con el país bajo el mando de un nuevo candidato; ya sea la elección de una mujer como presidente o el regreso del PRI a la presidencia (porque, eso si, AMLO la tiene muy difícil para llegar) no es de sorprenderse que el mundo esté pendiente de lo que ocurre en México.
Sin embargo, hay una enorme diferencia entre estar pendiente y querer entrar al juego, que es lo que parece estar sucediendo últimamente. Bien se dice que todo mundo es un crítico pero no todo mundo debe de ser escuchado.
La noticia más reciente que circula es que el Papa podrá hablar de política durante su recorrido por México, algo que ha levantado ya un buen número de banderas rojas. Lo cual era de esperarse pues, en realidad, ¿Quién le dio el derecho al Papa de opinar acerca de la política mexicana? Insisto, todo mundo tiene, como derecho humano, expresarse, pero una figura de poder tan grande como el Papa, cuya opinión tiene un peso tremendo sobre éste país, debería quedarse con la boca callada. Sumado esto al hecho de que su planeada reunión con el presidente amenaza al estado laico por el que tanto se ha peleado, y que tampoco funciona tanto como a muchos les gustaría creer, no es de sorprenderse que ésta noticia causara tanto revuelo.
No hay que olvidar que ésta no es la primera intrusión de una poderosa figura pública en la política mexicana. Es importante resaltar la visita de Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, para reunirse con los candidatos a la presidencia. Lo cual, cabe resaltar, tampoco tiene razón de ser.
Que bonito que exista gente que se preocupe por el estado político de México, en serio, pero ¡que se queden de espectadores y dejen de intentar ser árbitros (porque si en esas estamos, aquí si podríamos decir árbitro vendido)
Lo que más me molesta de esto, aparte de el simple hecho de que esto no debería ocurrir, es que el gobierno Mexicano parece ser un niño pidiéndole a mamá y papá permiso para hacer algo. Parece que México en un momento de completa confusión ha tirado la soberanía por la ventana, se ha sacudido las manos y, girándose a ver a Estados Unidos y a la Iglesia, las dos grandes influencias de México, parece preguntarles “¿Y ahora qué?”
Lo de la Iglesia lo entiendo. México es México y aunque Benedicto XVI no sea tan querido como Juan Pablo II su opinión sigue siendo tremendamente importante para un país que, aunque dice que no, aún permite que la iglesia se meta en la política. ¿Pero qué tiene que hacer Estados Unidos metiendo sus narices en nuestra política? ¿Por qué lo estamos permitiendo?
Tal parece que México no tiene bien claro como salir del problema en que estamos metidos ahora y es que, tras tanto afán de Calderon por pedir ayuda para manejar el país, parece que todo mundo tiene derecho a meter la mano.
Sin embargo, hay una enorme diferencia entre estar pendiente y querer entrar al juego, que es lo que parece estar sucediendo últimamente. Bien se dice que todo mundo es un crítico pero no todo mundo debe de ser escuchado.
La noticia más reciente que circula es que el Papa podrá hablar de política durante su recorrido por México, algo que ha levantado ya un buen número de banderas rojas. Lo cual era de esperarse pues, en realidad, ¿Quién le dio el derecho al Papa de opinar acerca de la política mexicana? Insisto, todo mundo tiene, como derecho humano, expresarse, pero una figura de poder tan grande como el Papa, cuya opinión tiene un peso tremendo sobre éste país, debería quedarse con la boca callada. Sumado esto al hecho de que su planeada reunión con el presidente amenaza al estado laico por el que tanto se ha peleado, y que tampoco funciona tanto como a muchos les gustaría creer, no es de sorprenderse que ésta noticia causara tanto revuelo.
No hay que olvidar que ésta no es la primera intrusión de una poderosa figura pública en la política mexicana. Es importante resaltar la visita de Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, para reunirse con los candidatos a la presidencia. Lo cual, cabe resaltar, tampoco tiene razón de ser.
Que bonito que exista gente que se preocupe por el estado político de México, en serio, pero ¡que se queden de espectadores y dejen de intentar ser árbitros (porque si en esas estamos, aquí si podríamos decir árbitro vendido)
Lo que más me molesta de esto, aparte de el simple hecho de que esto no debería ocurrir, es que el gobierno Mexicano parece ser un niño pidiéndole a mamá y papá permiso para hacer algo. Parece que México en un momento de completa confusión ha tirado la soberanía por la ventana, se ha sacudido las manos y, girándose a ver a Estados Unidos y a la Iglesia, las dos grandes influencias de México, parece preguntarles “¿Y ahora qué?”
Lo de la Iglesia lo entiendo. México es México y aunque Benedicto XVI no sea tan querido como Juan Pablo II su opinión sigue siendo tremendamente importante para un país que, aunque dice que no, aún permite que la iglesia se meta en la política. ¿Pero qué tiene que hacer Estados Unidos metiendo sus narices en nuestra política? ¿Por qué lo estamos permitiendo?
Tal parece que México no tiene bien claro como salir del problema en que estamos metidos ahora y es que, tras tanto afán de Calderon por pedir ayuda para manejar el país, parece que todo mundo tiene derecho a meter la mano.
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