martes, 10 de abril de 2012

LA TORMENTA PERFECTA VS. LA LÓGICA DEL NONO

-DR. GUSTAVO CANO

A veces me veo involucrado en discusiones con politólogos, políticos y anexos en relación a un tema específico de la política mexicana contemporánea. Cuando lanzo la pregunta: ¿Ustedes creen que va a haber un golpe de estado en México? En un 90% de los casos me contestan: “No, no”. Dicha respuesta me tranquiliza. Las razones que dan para defender su argumento son las que me inquietan. Cuando hago la pregunta no únicamente me refiero a los militares tomando el poder a punta de bayoneta sino, en términos más generales, a la interrupción abrupta y autoritaria, si no es que dictatorial, del régimen democrático mexicano.  Los que generalmente dan una respuesta positiva a la pregunta son los latinoamericanos sobrevivientes directos o indirectos de las dictaduras militares.
Los argumentos de los Mexican “Nonos” más o menos se pueden resumir de la siguiente manera:
  • No, porque la democracia en México la defenderían los mexicanos saliendo a las calles a protestar y la presión sería tal, que a los militares, o la figura autoritaria del momento, no les quedaría más remedio que regresar al régimen democrático. Ni hablar de represión de los militares en las calles sobre el pueblo mexicano.
  • No, porque los militares conocen sus límites y no se animarían a atentar contra la democracia mexicana. No se meterían en problemas que a todas luces no les conviene meterse. No se atreverían.
  • No, porque al círculo político de elite no le conviene un régimen autoritario dictatorial, prácticamente toda la clase política se opondría a tal movimiento anti democrático.
Bueno, en primer lugar, estas respuestas como que parten del supuesto que llevamos más de 100 años de cultura democrática en nuestro País. Desgraciadamente, esta es una baby-democracia que todavía no llega a su cumpleaños # 12. Todos los mexicanos que ya cumplieron 20 años de edad cuentan con padres y maestros que desarrollaron su vida entera en un régimen autoritario, en el que se le ponían adjetivos a la democracia a diestra y siniestra. Peor todavía, las tres generaciones por arriba de los jóvenes de 20 años tienen una profunda desconfianza en las instituciones tanto democráticas como de impartición de justicia y no las culpo.
Finalmente, el pueblo mexicano, en su conjunto, confía más en la iglesia y el ejército desde el punto de vista institucional. Estas dos instituciones tienen que ver con todo, menos con una estructura y divulgación de valores democráticos, al menos en México. El ejército porque, por definición, no puede ser, ni pensar democrático. La iglesia mexicana, bueno, tan solo hay que referirse a las declaraciones sistemáticas de sus líderes de los últimos 23 años para captar si es o no una institución democrática por naturaleza.
Yo no veo evidencia alguna que apoye la hipótesis de que el pueblo mexicano va a salir a la calle a defender la democracia y sus instituciones.  ¿El pueblo mexicano saliendo a las calles a defender a quién? ¿A la presidencia? ¿A las policías? ¿Al sistema de justicia? ¿Al poder legislativo? ¿A los gobernadores? ¿A los presidentes municipales? No creo. Por el contrario, yo veo un pueblo mexicano que está harto de tanta estupidez e injusticias. Veo un pueblo que ya está listo para aclamar y seguir al primero que se le ponga enfrente, que inicie ipso facto labores de “justicia” liberadora y que imponga un orden creíble contra la delincuencia organizada, al menos en el corto plazo. Aunque estas acciones liberadoras sean costeadas con la pérdida de las libertades fundamentales del ser humano: libertad de palabra, de expresión y de prensa. El pueblo mexicano, desde esta perspectiva, me da la impresión de que no tendría inconveniente alguno en cambiar libertades y democracia por la promesa de un poco de orden y paz en su vida cotidiana, aunque lo de la justicia prometida sería el “gran veremos”.
Los militares, históricamente en Latinoamérica, no tienen la costumbre de quedarse en el poder para siempre. Generalmente aclaran que la toma de poder es temporal y que, en cuanto la situación lo permita, se regresa al régimen democrático. Lo cual lo cumplen. No sé si eso pueda interpretarse como good news, pero bueno, algo es algo, diría el cínico. Aquí el punto es que un régimen autoritario o dictatorial, si bien es cierto que por lo mismo de su ilegitimidad e ilegalidad tienen una presión tremenda sobre sus hombros para regresar a la democracia, pues se puede tomar su tiempo para hacerlo: cinco, diez, quince años. No problem.
En relación a si los militares se animan o no a reprimir a un pueblo en las calles, un militar es educado para recibir órdenes y cumplirlas, esa es la esencia de la profesión a nivel de tropa. Y en el ejército hay más tropa que oficiales. Cuando la tropa recibe la orden de reprimir a la gente, ésta cumple y sanseacabó. Así ha sido y así será esto.  Nunca hay que olvidar eso.
Cuando hay un golpe de estado, generalmente los primeros en cambiar de bando son los políticos. Esto no se justifica, pero se entiende: la mayoría de las veces se es más útil a la patria vivo que muerto, además de que los muertos no negocian el regreso a la democracia cuando la ocasión se presenta. Es una realidad histórica. Serían muy pocos los políticos que se opongan a un golpe de estado, al menos en el corto plazo.
Cuando yo les comento a los Nonos que su razonamiento estaría de maravilla si todo dependiese únicamente de los mexicanos, la mayor parte se me queda viendo con ojitos curiosos, un poco escépticos. Me explico: Actualmente, la decisión de seguir o no con un México democrático se toma en Washington y no en México. La percepción estadounidense sobre el asunto es que el problema generado por la guerra contra los cárteles al sur de la frontera del Río Bravo ya está fuera de control del gobierno mexicano. La perspectiva dominante del establishment norteamericano, tanto republicano como demócrata, sería que Estados Unidos no se puede dar el lujo de quedarse sentado, esperando que las batallas callejeras lleguen a sus ciudades o a sus políticos y ellos tan tranquilos, sin hacer nada al respecto. Y ni modo que ellos saquen al ejército a las calles, no están ni mensos, ni locos.
Mientras discuten qué hacer con sus drogadictos, con sus problemas de distribución de drogas y de creciente y lucrativo pandillerismo urbano, pues un buen tentempié se antoja con el fin de poner en orden a los ruidosos sombrerudos del sur de una vez por todas, o al menos durante algunos años... ¿No? Desde esta perspectiva, las condiciones para una tormenta perfecta están listas:
La mayor parte de la población mexicana, cuya cultura democrática de ninguna manera brilla por su fortaleza, está lista para recibir con los brazos abiertos una oferta, en los hechos, de paz y tranquilidad, aunque sea en promesa, aunque lo de la justicia quede en el aire, aunque se tenga más que perder. Los mexicanos, en su abrumadora mayoría, no van a defender un sistema democrático que aparentemente ha traído más problemas que soluciones: corrupción y criminalidad galopantes, pobreza generalizada, servicios de salud de juguete, riqueza embrutecedora para un puñado de vivillos, sistema de justicia inexistente, una educación de risa… ¿de qué carajos sirve votar? Nada cambia y aquí lo que se necesita son justo eso, cambios. Y si a este panorama agregamos la baja educación general y una gran despolitización del pueblo mexicano, pues nadie va a extrañar a la democracia. Y los Nonos podrán decir misa al respecto.
Las elecciones que vienen, también pueden ser señaladas como penetradas, corrompidas y controladas por el narco y ser anuladas sin empacho alguno. De hecho, lo más difícil para un coup d’etat ya está: el ejército ya patrulla las calles y lo están acostumbrando a tomar decisiones francamente inconcebibles en una democracia común y corriente. Los casi once mil millones de dólares que gasta México en el combate a la delincuencia organizada en 2011 crea también una red de intereses que pueden tener la penúltima palabra en el destino de la democracia mexicana, sobre todo bajo el escenario de que si ese dinero se puede incrementar al doble o al triple en los próximos diez años para ciertas compañías del consulting establishment in the USA: ¡We close the deal y al carajo con la democracia mexicana! They couldn’t care less. Por cierto, se calcula que el presupuesto del narco supera entre dos y tres veces al del gobierno mexicano en esta guerra, años tras año.
¿De dónde sale la idea de que Washington cuenta con el poder para decidir sobre el destino del régimen político mexicano? El gobierno estadounidense ha sido claro al respecto: lo que pase o deje de pasar en México en esta guerra ya es considerado como material de Seguridad Nacional para la potencia militar más poderosa del planeta. De hecho ya lanzó un plan para poner en orden al país en un plazo de 30 meses.
Por otra parte, en la actualidad, los servicios de inteligencia mexicanos están en manos de agencias gubernamentales norteamericanas, de la CIA para abajo. La mayor parte de las acciones de acción directa contra grupos del crimen organizado en México se llevan a cabo bajo la coordinación de una o varias agencias de inteligencia o policiacas estadounidenses, por no mencionar la participación de la Embajada estadounidense en varios capítulos de esta guerra.
Cuando la actual administración decide poner en manos de una potencia extranjera la labor de inteligencia para luchar contra el crimen organizado, no únicamente se pisotea la soberanía nacional, sino que pone en riesgo la existencia misma del país (ask Cuba or Israel). Lo único que tiene que hacer el gobierno norteamericano es acercársele a algún militar o a Calderón para hablarles bonito y quedito al oído y ¡listo Calixto! En particular, cada vez que el gobierno de los Estados Unidos llega al tuétano del asunto en México, nuestro País acaba por perder el hueso.
Los incentivos que tiene la administración calderonista o algún militar fuerte para dejar el poder en México son cada vez menores en la medida de que Estados Unidos habla más y más fuerte acerca de todo lo mal que Calderón está haciendo las cosas; pero más a modo de que se necesitan más fuego, continuidad en la estrategia (Estados Unidos pone los dólares, México y Colombia los muertos) y poder de guerra para hacer bien las cosas; que insistir en una racionalización del conflicto y evitar el desmoronamiento de las instituciones democráticas para resolver un problema que, en buena medida, no es de los mexicanos: el masivo consumo de drogas por parte de los estadounidenses. Bajo esta retorcida lógica, las fuerzas no democráticas del País se convierten en el mejor aliado de los estadounidenses a la hora de que se quiere poner orden en el Mariachi Country desde afuera.
Este razonamiento también implica lo siguiente: Sin la aprobación estadounidense de un golpe de estado, la democracia en México continua, sobre todo por las razones expuestas por los Nonos.
A veces platico con jóvenes mexicanos sobre el futuro que ya les toca a ellos de manera inminente. Sin afán de ser pesimista, les comento que espero de todo corazón que se acuerden en unos 15 ó 20 años del Cano loco que veía golpes de estado por todas partes y no como el Cano que les previno sobre lo que iba a suceder, al mismo tiempo que le dan instrucciones a sus hijos para que callen la boca y que no se les ocurra decir o escribir lo que piensan, para que no los maten o desaparezcan.

Esto último, mientras que las últimas ganancias por la explotación petrolera en México se distribuyen de manera racional y eficiente en una oficina impecable y feliz en el top de algún rascacielos neoyorkino. Let’s see…

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